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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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19-01-2010

 

 

Claudio Katz

 

Contraofensiva imperial

SURda



 

Estados Unidos reactiva la IV Flota y erige nuevas bases en Colombia para desactivar el ALBA y amenazar a las administraciones poco confiables. Es evidente que el golpe de Honduras hubiera abortado rápidamente sin el auspicio de la embajada estadounidense. Obama utiliza una diplomacia de buenos modales para enmascarar la continuidad de la política imperialista. El pretexto del narcotráfico ha perdido credibilidad para justificar la militarización de la región. La complicidad de los bancos con este negocio es tan inocultable como su utilización para financiar mercenarios. Pero el caso de México ilustra el poder logrado por una narcoburguesía local que debilita al Estado y disgrega la vida social. También Uribe recurre al argumento de las drogas para promover una presencia de los marines, que ha sido avalada por muchos gobiernos de UNASUR. La escuálida clase dominante hondureña no toleró un tenue ensayo de reformas y ahora busca imponer una situación de hecho. Su acción confirma que el golpismo no es una reliquia del pasado. Los derechistas se han envalentonado, especialmente en los países tradicionalmente manejados por dictaduras vandálicas. Este clima incentiva las tentaciones destituyentes en Paraguay y el recrudecimiento de la represión contra las comunidades indígenas de Perú y el sindicalismo independiente de México. Los medios de comunicación se han convertido en el principal canal de las campañas reaccionarias. Exigen impunidad para manipular la información, perpetuar la difusión asimétrica de noticias e imponer la agenda política de los gobiernos. Aunque nadie los elige, fijan estas prioridades mientras despotrican contra las movilizaciones populares. Los ideólogos conservadores nunca aplican sus criterios republicanos para juzgar a los presidentes afines. Resucitan el elitismo, desprecian a las masas y endiosan la inversión externa. Actualmente buscan azuzar los reflejos conservadores de las clases medias, para generar confrontaciones con otros sectores empobrecidos. Pero la derecha perdió la iniciativa que tenía en los años 90 y sus operativos enfrentan serios límites.

La derecha y el imperialismo han puesto en marcha varias acciones para recuperar preeminencia, con operaciones diseñadas en el cuartel general del norte. Estados Unidos encabeza esta reacción con intimidaciones militares hacia una región que ha experimentado todo tipo de expediciones coloniales.

El puntapié de la nueva campaña es la reactivación de la IV Flota que el Comando Sur estableció en Miami desde el abandono del canal de Panamá. Ese centro monitorea una vasta red de instalaciones que aseguran cobertura aérea y marítima para cualquier incursión eventual de los marines.

El GARROTE CON BUENOS MODALES

La estrategia en marcha se asienta en las nuevas bases militares de Colombia, que supervisan el rearme de los ejércitos títeres y la recreación de operaciones secretas inspiradas en las viejas técnicas de la Guerra Fría. Estas acciones forman parte de un diseño global, que ha reproducido en Afganistán las formas de intervención ensayadas con el Plan Colombia.

Algunos analistas relativizan el peligro de las bases montadas en ese país. Estiman que Estados Unidos jerarquiza la atención de otros frentes y que la burguesía colombiana está demasiado ocupada en manejar sus negocios o controlar la actividad del profesionalizado ejército local [2] .

Esta tranquilizadora mirada combina ceguera e ingenuidad, en el desconocimiento de las prioridades bélicas del imperialismo estadounidense. Bastar recordar el prontuario de secuestros, torturas y salvajismos que acumulan sus discípulos de Colombia, para notar cuán absurdo es el retrato de esos gendarmes cómo pulcros servidores de la patria.

El cordón militar que está erigiendo el Pentágono apunta en lo inmediato a erosionar el ALBA y a hostigar a los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia. También pretende enviar mensajes de amenaza a las administraciones poco confiables de Guatemala o El Salvador y al presidente adverso de Nicaragua. Con la fortificación de todo el flanco sur se busca, además, completar un cerco de militarización en torno a México. Es obvio que la cobertura aérea de largo alcance está dirigida a ejercer un control de todo el Amazonas, sin consultas con Brasil.

El golpe de Honduras ha sido un episodio clave de esta arremetida, ya que sin el auspicio de la embajada estadounidense habría abortado antes de cobrar forma. La asonada contó con el evidente sostén de generales apadrinados por el Pentágono y empresas estadounidenses, que controlan la economía del pequeño país. Cortando significativamente las visas o bloqueando las remesas, el Departamento de Estado habría desecho el golpe en pocos minutos [3] .

Obama desplegó un gran cinismo para justificar esa inacción (“nos critican cuando intervenimos y cuando no intervenimos”) e hizo la vista gorda durante todo el tiempo requerido, para asegurar la estabilización del golpe. Utilizó un doble discurso de rechazo formal y sostén práctico de los derechistas e hizo lo imposible para obligar a Zelaya a legitimar su propia destitución, mediante un plan de recuperación irrisorio (y de pocas horas) de su cargo.

Existe un intenso debate sobre cuál ha sido la responsabilidad directa de Obama en el operativo golpista. Algunos analistas subrayan su total connivencia (Golinger, Petras), otros destacan que fue prisionero de una acción manejada por los republicanos (Wallerstein). Ciertos enfoques remarcan que se ha buscado condicionar su gestión (Almeyra) o atarla a los grandes poderes que rodean la Casa Blanca (Borón) [4] .

Con el tiempo se desvelará la trama secreta de la conjura y el papel jugado por Obama. Pero es evidente que el primer mandatario cubrió el manejo de la conspiración por parte de su embajada, mientras su principal funcionaria (Hillary Clinton) canalizaba todas las presiones planteadas por los republicanos para sostener el golpe.

Cualquiera que haya sido su inclinación inicial y los determinantes de su conducta (especialmente el deterioro de situación en Afganistán e Iraq), es indudable que Obama terminó convalidando una típica agresión colonial. Esta postura desmintió todas sus convocatorias a erigir una “nueva época” en las relaciones de Estados Unidos con la región.

Con lo ocurrido en Honduras concluyó el corto idilio de mensajes amistosos y resurgieron las presiones descaradas del Departamento de Estado. Este organismo ya exigió una contundente alineación de América Latina contra Irán y todos los demonizados gobiernos de mundo árabe.

En realidad, Obama retoma una diplomacia de buenos modales para implementar el uso del garrote, en un contexto muy distinto al imperante durante la era Bush. Debutó con una hipócrita postura de humildad y una retórica conciliadora que eludía definiciones. Aceptó la decisión de la OEA de anular varias restricciones obsoletas contra Cuba, pero no levantó el embargo. Tampoco modificó la política de agresión contra Venezuela.

Pero el test de Honduras ha servido para ilustrar su rápido acomodamiento a los mandatos generales de la política exterior estadounidense. Este amoldamiento vuelve a confirmar que los republicanos y los demócratas representan dos versiones de una misma política imperial de la primera potencia.

Obama ha retomado el multilaterialismo liberal, que sus antecesores Roosevelt y Carter ya utilizaron para reorganizar la supremacía estadounidense sobre América Latina, en dos circunstancias críticas (la depresión del 30 y la derrota de Vietnam). Esta misma función pretende cumplir ahora el sucesor de Bush. Su acción está guiada por un intervencionismo solapado, destinado a recrear el liderazgo hegemónico [5] .

MILITARIZACIÓN Y NARCOTRÁFICO

Estados Unidos continúa justificando su militarización de la región con el pretexto del narcotráfico. Esta cobertura ya acumula varias décadas y ha perdido credibilidad. Comenzó con Reagan en 1986, fue redoblada con la invasión Panamá (1989) y finalmente consolidada con el Plan Colombia (2000). Pero ya resulta obvio, que la intervención de los gendarmes sólo conduce periódicas mudanzas de plantaciones y centros de distribución de un país a otro.

Este reciclado obedece a la persistente demanda de drogas por compradores del Norte, especialmente en las localidades que no despenalizan el consumo. Pero también opera la asociación directa que tienen distintos sectores del propio poder estadounidense, con un negocio excepcionalmente lucrativo. La complicidad de los grandes bancos con el lavado de dinero es ya un dato inocultable.

Los multimillonarios ingresos que genera el tráfico son, además, utilizados por el propio aparato militar estadounidense para financiar operaciones ocultas y mantener ejércitos de mercenarios. El cultivo de heroína ha resurgido, por ejemplo, durante la reciente invasión a Afganistán, con la misma intensidad que los estupefacientes florecen en todas las localidades militarizadas de México [6] .

Pero las monumentales ganancias que genera el tráfico dieron también lugar a una enriquecida una narco-burguesía, que impone formas de administración territorial. Un sector de origen marginal, que adiestra su propio ejército de pandillas ha logrado comprometer a amplios segmentos de la burocracia y las fuerzas armadas.

En varios países las clases dominantes coexisten con esta lúmpen-burguesía, cuándo despliega el terror contra las protestas populares o cuándo desenvuelve funciones filantrópicas para blanquear el dinero sucio. Pero el crecimiento desmedido de este grupo rompe la cohesión del estado y provoca una disgregación permanente de la vida social. En estas circunstancias se multiplican las tensiones y se afianza la militarización [7] .

La experiencia ha demostrado que la respuesta bélica sólo desparrama sangre, encendiendo una irrefrenable escalada de violencia. Mientras que el número de asesinatos alcanza cifras pavorosas en México, el Departamento de Estado tiende a oficializar este clima de guerra con propósitos intervencionistas. La medios de comunicación estadounidenses ya le colgaron a su vecino la carátula de “estado fallido” y auspician un despliegue de gendarmes no sólo en la frontera, sino también dentro del territorio azteca.

Pero el mayor epicentro de esta violencia continúa localizado en Colombia, donde existen tres millones de desplazados y permanentes descubrimientos de cuerpos descuartizadas en fosas comunes. Estas tragedias son utilizadas por Uribe para justificar la instalación de bases estadounidenses, olvidando que el arribo de estas tropas no ha modificado el clima de terror imperante en el país. El principal líder continental de la reacción desenvuelve un discurso esquizofrénico. Por un lado se declarara victorioso en la batalla contra las drogas y por otra parte convoca a los marines, para impedir el incontenible avance ese flagelo.

Es obvio que Uribe actúa bajo mandato directo del Pentágono. Ya permitió que los invasores tomen el control directo de los aeropuertos y del espacio radioeléctrico y les ha otorgado plena inmunidad, para encubrir las incursiones que realizan los paramiliares en las zonas fronterizas.

Las nuevas bases estadounidenses no han sido instaladas para contener el narcotráfico, sino para aumentar la presión agresiva sobre Venezuela y Ecuador. Reiteradamente Uribe ha intentado involucrar a ambos países en falsas denuncias de complicidad con las drogas. La tensión que ha creado no expresa “conflictos de seguridad” por “disputas de soberanía, poder local o legitimidad interior” [8] .

Esta interpretación -asentada en un falso objetivismo neutralista- oculta que Colombia prepara agresiones, con propósitos reaccionarios y por mandato del imperialismo estadounidense. Toda la red de organismos de la CIA (como la Nacional Endowment for Democracy y el USAID) está operando a pleno, en la financiación de acciones contra gobiernos, movimientos o personalidades antiimperialistas.

Lo más preocupante de esta arremetida es la convalidación diplomática que ha logrado Uribe. Primero forjó un frente derechista con sus colegas de México y Perú y luego forzó la resignada aprobación de las bases de los gobiernos centroizquierdistas de Brasil y Argentina. Con el argumento de “salvar la continuidad” del nuevo organismo regional (UNASUR), estas administraciones neutralizaron las voces de repudio (Venezuela, Bolivia y Ecuador) y avalaron la presencia de los tropas del Pentágono.

GOLPISMO Y DESESTABILIZACIÓN

El zarpazo de Honduras confirma la gravedad de la contraofensiva reaccionaria en todo el continente. Demuestra que el golpismo no es una reliquia del pasado, sino un recurso que preserva con formalismos institucionales las anacrónicas asonadas militares.

Las justificaciones expuestas para destituir a Zelaya fueron totalmente absurdas. La consulta impulsada por el presidente derrocado para un eventual cambio de la Constitución no violaba ninguna ley. Al contrario, abría un camino cierta democratización para un país sometido al bipartidismo oligárquico. La escuálida clase dominante no le perdonó al mandatario desplazado su tenue ensayo reformista de aumentos salariales, control de las importaciones y rupturas del monopolio petrolero [9] .

En Honduras se reeditó el mismo tipo de golpismo que fracasó en Venezuela (2002) y Bolivia (2007). Pero incluyó situaciones más grotescas, cómo secuestrar a un presidente en piyama y difundir un texto de renuncia inexistente. Se está tanteado la introducción de “dictaduras posbananeras”, que el imperialismo y la derecha ambicionan para varios países. El objetivo es imponer situaciones de hecho, una vez superada la adversa reacción diplomática internacional, sabiendo que la viabilidad de las nuevas tiranías depende de la resistencia interior [10] .

Hasta ahora sólo lograron consumar este operativo de forma provisional. Concretaron elecciones amañadas en un marco de elevada abstención, pero juegan al “aguante”. Si logran perdurar en el gobierno, inclinarán la balanza internacional a su favor, especialmente entre los numerosos presidentes latinoamericanos, que siempre navegan por dónde sopla el viento.

El golpe ha envalentonado a otros los derechistas, que tienen en la mira a los gobiernos de Guatemala, El Salvador o Nicaragua. Las elites dominantes no toleran cambios mínimos en países históricamente manejados por dictaduras vandálicas. Están acostumbrados a reaccionar de forma brutal ante cualquier alteración del status quo.

Otro candidato a sufrir el mismo acoso es el presidente Lugo de Paraguay. Desde hace meses padece una sucesión de intimidaciones macartistas, que pueden desembocar en un juicio político. Aunque gobierna con un equipo neoliberal y mantiene ejercicios militares con el Pentágono, enfureció al establishment con tibias medidas de reforma (proyecto de impuesto a la renta personal, restitución de la gratuidad del hospital público, vacunación, catastro de propiedades agrícolas ).

Lugo ha pospuesto la reforma agraria en un país dónde el 85% de las tierras cultivables se encuentran en manos del 2,5% de población. Pero los conservadores no están dispuestos a tolerar ningún retoque de esa estructura oligárquica. Ya impusieron el retiro del vicepresidente del gobierno y propician un clima destituyente, mediante insistentes campañas en torno a la corrupción, la inseguridad y la inmoralidad publica [11] .

La estrategia agresiva que ha puesto en marcha la derecha latinoamericana se apoya en dos gobiernos claves: Perú y México. En el primer país, Alan García otorgó cobertura las tropas estadounidenses para ejercicios en distintos puntos del territorio. Además, tuvo su bautismo de fuego en la batalla contra las comunidades indígenas del Amazonas, que resistieron el ingreso de las petroleras y la privatización de los bosques.

Esa expropiación de tierras es una exigencia del tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos. Pero la arremetida chocó con la combativa respuesta de los pobladores, que frenaron el atropello con huelgas y movilizaciones a un coste de treinta muertos.

En México, Calderón despliega agresiones de todo tipo. Su última embestida incluyó la clausura de la compañía de Luz y Fuerza Central, con el fin de aniquilar un bastión de sindicalismo independiente. Recurrió a una ocupación de gendarmes, que emula las formas de presión inauguradas por Thatcher y Reagan.

Pero esta arremetida enfrenta la decidida resistencia de los trabajadores, en un marco de creciente desgaste del partido gobernante PAN. Esta vertiente asumió la administración del país con la ambición de sustituir la prologada primacía que mantuvo el PRI durante varios decenios. Pero al cabo de nueve años de incontables fracasos y desprestigios, esa expectativa tiende a diluirse [12] .

INSTRUMENTOS E IDEOLOGÍA

Los medios de comunicación se han convertido en el principal canal de propagación de las campañas reaccionarias. Los neoliberales ya no esgrimen tanto las desprestigiadas banderas de la apertura comercial, la desregulación laboral o las privatizaciones. Su principal estandarte es la “libertad de prensa”, que identifican con la impunidad de los grandes diarios o las emisoras para manipular la información.

Este hábito presenta en la actualidad ribetes escandalosos. Mientras que en Honduras reina la censura, el encarcelamiento de periodistas y el cierre de señales independientes, la prensa regional se dedica a demonizar cualquier incidente menor de Venezuela, Bolivia o Ecuador. Los magnates del periodismo han puesto la cruz a todos los gobiernos que intentan democratizar la información, cancelando licencias irregulares o acotando el monopolio privado de los noticieros [13] .

La asimetría en la difusión de las noticias adopta formas groseras. Las estrellas del periodismo convencional operan como un poder supremo que define mediante el formato de la cobertura la agenda de cada día. Exigen la renuncia de funcionarios, despliegan lobbies a favor o en contra de individuos previamente seleccionados, actúan cómo inquisidores y adoptan la pose de los afamados.

Sus comentarios son repetidos por auditorios masivos y propagados con más intensidad que la opinión de cualquier político. Nadie elige a estos nuevos sacerdotes que no justifican sus puntos de vista ni se someten al debate público de ideas. Sus atributos son inmensos. Fijan los temas del Parlamento, determinan las prioridades de la acción pública y hasta precipitan las decisiones cotidianas de muchos presidentes.

Los medios de comunicación operan, en la actualidad, cómo el principal canal de transmisión de la ideología conservadora. Desde ese púlpito, la derecha despotrica contra los “excesos populistas”, que observan en las movilizaciones populares o en el ejercicio frecuente de los derechos electorales. Este tipo de participación eriza la piel de los intelectuales liberales, que sólo valoran la pasiva convalidación del orden vigente.

La hipocresía de los argumentos derechistas es particularmente visible en el despliegue de criterios republicanos para cuestionar la reelección de Chávez y justificar al mismo tiempo la perpetuación presidencial de Uribe. Cualquier teoría viene bien, si es funcional a una gestión reaccionaria.

Cuándo se agotan los razonamientos para aprobar las conveniencias del momento, los conservadores invocan otra justificación más elitista: la necesidad de superar las taras culturales de la población latinoamericana. Este retraso mental es principalmente situado en la escasa adaptación a las reglas competitivas del capitalismo [14] .

Pero el debut de la crisis global también ha brindado a los derechistas la oportunidad de retomar su convocatoria a fuertes ajustes, que alentarían la llegada de los capitales externos. Las viejas tonterías de los años 90 han vuelto a circular, especialmente en los momentos de mayor pánico financiero. En esas circunstancias reaparecen los llamados a cumplir con todos los deberes requeridos “para ser elegidos por las corrientes mundiales de inversión” [15] .

Pero este postulado tiene menor asidero empírico que cualquier otra creencia neoliberal. Las inclinaciones de los inversores están orientadas por patrones de rentabilidad, que no guardan correspondencia directa con la fe conservadora de cada gobierno. No es la ideología de Lula o Calderón las que orientan actualmente el mayor flujo de fondos hacia Brasil en comparación con México. Existen múltiples causas en la determinación del rédito que prometen los negocios en cada coyuntura y país.

Las campañas derechistas simplemente machacan una y otra vez sobre ciertos lugares comunes para reactivar los proyectos de libre comercio, privatización o flexibilización laboral. Con estas convocatorias intentan recrear los reflejos conservadores de grandes segmentos de las clases medias. Azuzar esta reacción para generar confrontaciones con sectores más empobrecidos es un objetivo central de la clase capitalista.

Pero esta polarización es un arma de doble filo, ya que también precipita desengaños y furias contra los manipuladores. El comportamiento cambiante de los sectores medios es una variable que frecuentemente escapa a quiénes diseñan las políticas antipopulares.

Conviene no perder de vista que la derecha está embarcada en una contraofensiva para doblegar las rebeliones y los movimientos sociales de la última década. No encabeza iniciativas frontales como en los años 90 y enfrenta límites mucho mayores que en ese período.

Los reaccionarios que avanzaron en Honduras durante 2009 fracasaron en varios intentos de mayor envergadura en el hemisferio sur (Venezuela, Bolivia y Ecuador). Sus gobiernos más emblemáticos atraviesan por situaciones críticas (México, Perú) y en la región centroamericana persiste una situación contradictoria. La derecha obtuvo victorias electorales en ciertos países (Panamá), pero perdió la presidencia de dos países claves (El Salvador, Nicaragua). El resultado general de la arremetida reaccionaria es una incógnita aún sin resolver.

 

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[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2] Natanson José, “Tensiones y pretensiones en Sudamérica”, Página 12, 30-8-09.

[3] La participación en el golpe de funcionarios de la embajada (Lanny Davis y Bennet Ratcliff), de empresas (“Chiquita Brands- ex United Fruit, Addidas, Knights Apparel, Gap) de estudios jurídicos estadounidenses, ya ha sido ampliamente documentada. Gelman Juan, “USA-Honduras”, Página 12 30-7-09.

[4] Golinger Eva, “El guión de Washington: el golpe se repite, ahora en Honduras”, Aporrea, 6-7-09. Petras James, “Entrevista radial”, Chury, 5-7-09, Wallerstein Immanuel, “La derecha contraataca”, www.pagina12.com.ar/diario/elmundo 23-7 2009 Wallerstein Inmanuel, “El retorno de la derecha latinoamericana”, Página 12, 2-12-09. Almeyra Guillermo, “El golpe y la crisis”, Sin Permiso, 30-6-09. Boron Atilio, “Lo que Obama puede hacer” Página 12, 14-7-09. Boron Atilio, “Honduras: una improbable solución”, 1-11-2009. Enfoques complementarios en: Dos Santos Theotonio, “Las lecciones de Honduras”, ALAI, 7-7-09. Guerrero Modesto, “¿Adónde va Honduras?” 10-7- 2009 y O´Donnell Santiago, “Hundidos en Honduras”, Página 12, 28-9-09, O´Donnell Santiago, “Escenarios”, Página 12, 22-11-09.

[5] Distintos aspectos de esta estrategia indagan Rozoff Rick, “Estados Unidos intensifica los planos de guerra”, Memoria 238, octubre-noviembre 2009. Bilbao Luis, “Qué se dirime en Bariloche”, ALAI 27-8-09. Grandin Greg, “¿Cómo será la doctrina Obama?”, Memoria 238, octubre-noviembre 2009.

[6] El 93% de heroína actual se cultiva en regiones de Afganistán bajo directo control de Estados Unidos y sus corruptos socios locales. Gelman Juan, “Del heroísmo a la heroína”, Página 12, 8-11-09.

[7] Petras James, “Latin America: social movements in time of economic crisis”, agosto 2009. www.globalresearch.ca/index.php"

[8] Como plantea: Tokatlian Juan Gabriel, “¿Guerra en los Andes?”, La Nación 24-11- 2009.

[9] Incluso a los derechistas más alocados les ha costado justificar el golpe. Un ejemplo en Vargas Llosa, “El golpe de las burlas”, La Nación, 25-7-09.

[10] Aspectos de la nueva estrategia en O´Donnnell Santiago, “Dictadura posbananera” Página 12, 2-8-09 y Tokatlian Juan Gabriel, “Neogolpismo”, Página 12 13-7-09.

[11] Un análisis completo en Stefanoni Pablo, “Paraguay: una nueva Honduras”, utopiaalsur.blogspot.com/ 10-11-2009

[12] Almeyra Guillermo, “Al grito de SME”, www.jornada.unam.mx/ 8-11-2009 y Almeyra Guillermo, “La ofensiva de la derecha”, La Jornada, 17-5-09.

[13] Tan sólo dos muestras de esta indignación derechista puede observarse en: Botana Natalio “La batalla contra los medios”, La Nación, 31-5-09 y Lauría Carlos “Un proyecto que evoca las dictaduras Latinoamericanas”, Clarín 4-8-09.

[14] Un ejemplo en: Oppenheimer Andrés, “La mejor respuesta al populismo”, La Nación, 12-5-09.

[15] Un experto en estos mensajes es Castro Jorge, “Aún con la crisis América Latina puede atraer más capitales”, Clarín, 17-05-09.

 

 

 

 

 
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